Con la llegada de un nuevo año electoral en Argentina, comienza el armado de listas y la inevitable danza de candidaturas. Existen los llamados candidatos naturales, aquellos que se sienten cómodos en este proceso, casi como si estuvieran predestinados a ocupar un lugar. Pero, ¿qué sucede con el resto?
Para los militantes de todos los partidos políticos, este es un período de emociones intensas: alegría, esperanza, enojo, decepción y, en muchos casos, frustración. La mayoría aspira a un lugar en la lista, aunque sea en posiciones que les brinden una mínima posibilidad de acceder a un cargo. Algunos se conforman con ser suplentes, mientras que los más aguerridos buscan ser protagonistas.
Sin embargo, en la previa de la definición de listas, el poder queda en manos de quienes «tienen la lapicera». Son ellos quienes negocian, prometen y juegan con las expectativas de los militantes. Pero esas promesas, muchas veces, son vagas o terminan en desilusiones. Si se menciona un lugar en la lista, es probable que luego aparezca mucho más abajo de lo esperado, o incluso ni siquiera figure.
Aquí comienzan los desencantos: militantes que dedicaron años de trabajo, recorrieron barrios, hablaron con vecinos y defendieron a sus líderes políticos, ahora son olvidados y descartados. Aquellos que recibieron abrazos y discursos motivadores cuando el camino estaba despejado, de repente quedan al margen cuando el espacio se reduce.
Como bien decía Nicolás Maquiavelo: «Si vas a hacer el bien, hazlo poco a poco. Si vas a hacer el mal, hazlo de golpe, porque la gente olvida». Y los líderes políticos lo saben. Llegado el momento, desechan a sus propios militantes sin remordimiento, confiando en que, con el tiempo, volverán al redil.
Así, el ciclo se repite. Tras el desencanto, muchos militantes aseguran que no volverán a involucrarse en política. Pero cuando se acercan las siguientes elecciones, resurge la esperanza, vuelven las promesas y la ilusión intacta de que, esta vez, las cosas serán distintas. Porque, aunque sea la base de la pirámide y muchas veces sea pisoteado, el militante sigue siendo el motor que impulsa a quienes están en la cima.
Por David Sebastián Arrighi